No se vosotros, pero a mi la máquina de Dymo me vuelve loca. Mi padre tenía una, como buen oficinista de los setenta, y no nos dejaba acercarnos a ella ni a un metro. Luego dejó de usarla, y nosotros empezamos a crecer y ya era otra cosa. Le ponía mi nombre a los libros del cole, a mi cama, a los cajones compartidos (cosas de familia numerosa, no me hagáis caso) y hasta a la bici.
¡Ese aparato destroza manos que por arte de magia escribía lo que tu le mandabas, que lo hacía con una letra de perfiles redondeados, rota, imperfecta, y que nunca quedaba igual dos veces... que recuerdos!!
Una maravilla descubrir que algún loco de las tipos, un buen día la digitalizó y la puso a disposición de diseñadores del mundo (unidos!!, perdón, me he dejado llevar por el entusiasmo)
Pues ese amor por el dymo me ha perseguido durante mi vida profesional hasta hoy, hasta este número calentito que tengo en las manos y que ha sido una delicia hacer (como todos los anteriores, claro, pero es que este es nuevo). Puro Dymo de portada.
Hay muchas cosas que no sé de la vida, pero una que si sé, es que me gusta el dymo.
Qué buena!
ResponderEliminarMuchas gracias por la info. Ahora mismo me la bajo!
¡siempre quise tener una! pero ya me pilló lejos...
ResponderEliminarestará bien hacer algo con esta tipo... :)